por Jorge Lagos Nilsson para Sur y Sur
«(…) Y pensé en Gombrowicz, tan preocupado por la forma, no la forma del estructuralista que, como cirujano, corta partes del cuerpo, sino la forma que busca el artista y sus cortes son distintos, digamos prácticos, descubiertos en lo cotidiano y por eso se halla cercado de angustia y pasión (aunque ahora, la pasión está “devaluada”) , ¿tendríamos que decir amor?
—Lo que podemos decir es que la palabra “amor” es una palabra definitivamente gastada y que una de las tareas de los poetas ha sido siempre devolverle a las palabras parte de la fuerza que tenían. Carlos Ellif, que escribió un ensayo sobre mi obra, me decía en Buenos Aires, un año antes de que yo comenzara la redacción de Manhattan Song, que con el amor se podía hacer cualquier cosa, menos hablar directamente de él. Y esa frase me llevó a pensar cómo la posmodernidad trata al amor.
«O, desde la otra ribera, cómo el amor se las ingenia para existir, todavía, en la posmodernidad, transformando su forma, no su esencia. Un nuevo disfraz, más desencantado, menos lírico, pero sigue siendo el amor, como en otras épocas. Creo que ese es el amor hoy, con sus osos polares, como en mi poema ‘La suerte del amor en la posmodernidad’, una parte de Manhattan Song.
—Osos polares, ballenas, y una frase que me hizo reír (yo me reí mucho con este libro): ‘La alegría es un deber como cualquier otro’. (Y hay constantes de ironía en la escritura de Luis B.). No puedo dejar de compartir un fragmento:
‘Han detectado un nuevo sonido emitido por las grandes azules: / Es como un aullido asqueroso, un chillido de miles de ratones / Encerrados en las bocas de estas bestias, donde pueden / Estacionarse cómodamente algunos automóviles”.
«Y ese sonido se detectó hace 20 años, otra vez la numeración del tiempo y otras veces está allí y nos adentramos sin importarnos la cronología. El tiempo en esos momentos de los poemas, se vuelve puro espacio. Porque no creo que se hable de la Eternidad en este libro, sino de la Inmensidad (no haré pregunta al autor, a veces el lector no quiere “saber”). O como dice Luis Benítez: el saber es un producto de la imaginación. (…)»
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