Por Nicolás Mavrakis para Tiempo Argentino
«Medida por el arco de convulsiones políticas y culturales entre la crisis de 2001 y el año del Bicentenario, la primera década del siglo XXI es un marco útil para entender las inquietudes de una generación con un bagaje histórico propio. ¿Esa experiencia ha constituido una generación literaria propia en lo que va del nuevo siglo? Con una adolescencia traspasada por los ’90 y una juventud que vio cómo ese mismo imaginario colapsaba, esta nueva generación tiene ya autores consolidados. Juan Diego Incardona (Villa Celina, 1971) y su rescate del imaginario popular peronista; Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) y su trabajo sobre cómo los nuevos medios alteran las formas en que se concibe la realidad; Washington Cucurto (Quilmes, 1973) y su estetización del marginal como sujeto social que irrumpe entre los despojos del neoliberalismo, son autores de una obra, en todos los sentidos, significativa.
Durante 2010, sin embargo, de la mano de proyectos autogestionados y editoriales independientes surgieron otras voces a tener en cuenta. Con estilos elaboradamente personales, libros como los de Joaquín Linne (Buenos Aires, 1981), Luci Porchietto (Santa Fe, 1978), Ignacio Molina (Bahía Blanca, 1976), Luciano Lamberti (Córdoba, 1978) y Hernán Vanoli (Buenos Aires, 1980) no pueden dejar de leerse como la expansión de un haz de rasgos distintivos. A través de temas como el lenguaje, la memoria, el género, los consumos culturales, la experiencia, la historia reciente y el desconcierto ante el futuro, su trabajo contribuye a instalar lo político como un nodo donde cada arista encuentra un centro posible. No es un mérito menor para una generación que, como casi ninguna otra antes, creció bajo un clima de cinismo político y existencial profundo.
Editado por El fin de la noche, sello a cuyas obras se puede acceder por internet y se imprimen bajo demanda, Que se llame Rosa, primera novela de Luci Porchietto, explora uno de los ejes recurrentes entre los nuevos narradores: cómo el imperio de la imagen condicionó la forma de aproximarse y asignar valor a todo lo existente. Su historia es la de una vedette angustiada ante la certeza de no volver a figurar en las revistas, mientras recuerda su infancia y sus fracasos amorosos. “La irrupción de lo mediático fue estrepitosa. Era el menemismo, la chatarra, las sobras de un banquete exclusivo servido al público ávido de superficialidad y un poco de sangre fresca”, dice Porchietto. “La diferencia es que ahora ya no queda ni una pizca de inocencia. A nadie le importa si es verdad o no. Si hay un gesto que define estos tiempos es la simulación: hacer de cuenta que algo sucede, y llevarlo hasta las últimas consecuencias”, explica. Pero su vedette, además, pone en escena otro tema: la construcción del género. “No es casual que en esa configuración la mujer aparezca callada y semidesnuda, idealmente adaptada al deseo masculino. Sin embargo, hoy se ven mujeres al mando del poder público y privado. La Argentina y Brasil están gobernadas por mujeres que llevan adelante una defensa férrea del género”, opina la escritora, para quien rescatar determinadas cuestiones humanas “en medio de una sociedad desatenta es una decisión política”.
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