Por Juan Ignacio Boido para el suplemento «Radar», de Página/12
(…) La noción de libro es más amplia que su soporte: Los nueve libros de la Historia de Heródoto, viajero, cronista, historiador, antropólogo, escritor, fueron escritos en rollos de papiro, y no por eso no se llaman libros. Del mismo modo, fueron divididas en nueve libros en la biblioteca de Alejandría. Y hoy, no hay edición que no los reúna en un solo volumen. Nada de eso modifica su contenido: habla en cambio de su circulación y de las épocas que atravesó. El mismo Heródoto escribía en papiros “portátiles” que enrollados cabían en una mano, y cuyo largo estaba calculado para durar una lectura en voz alta. Ya desde entonces el hombre ha vivido bajo la tensión entre el almacenamiento de saber y la posibilidad de transportarlo.
Acaso los cambios que traiga el libro electrónico sean inimaginables, inmensos o modestos, pero lo cierto es que muchos de los problemas que parece plantear ya fueron, en verdad, planteados por el libro antes.
La posibilidad de acceder a todo el conocimiento disponible es algo que ya se había planteado en Alejandría, donde sus copistas copiaban todo lo que conseguían, muchas veces con métodos bastante más ilegales y engañosos que los que hoy se usan para bajar mp3 y películas.
«(…)Tal vez el e-book signifique libros baratos que uno podrá comprar por poco dinero y entre los que elegirá unos pocos para imprimir a pedido en ediciones a medida o artesanales. Tal vez signifique también varios estantes de libros de consulta menos (igual que Internet fue limpiando los estantes de enciclopedias Espasa y Británicas). Tal vez también signifique la puerta de entrada (sigue teniendo forma de puerta, sigue siendo un libro) a un mundo en el que sea menos probable que las cosas desaparezcan. Es inmensa la cantidad de obras que la humanidad ha perdido por guerras, censuras, imperios derrumbados, piedras rotas, papiros descompuestos, papeles quemados o perdidos. El XX ha sido el primer siglo en dejar un registro de sí mismo en movimiento. No está mal que el XXI perfeccione el modo de almacenar para el futuro todo ese conocimiento, y eso incluye a las palabras. Una palabra incomprensible puede encerrar, incluso, mucho más que un cd sin la tecnología para leerlo. Después de todo, la palabra, mucho antes que la grabación, es un objeto que ha transportado sonidos a través del tiempo: ¿o no son el griego y el latín los únicos sonidos que nos han quedado de Atenas y Roma? (…)
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