Zoom in. Las señales comenzaron hace poco, aunque todo estaba establecido para que llegaran desde hace mucho. El señor Kindred está sentado frente al televisor como había hecho cada día después de la primera revelación a esa hora y en ese canal. ¿Qué ve? No importa, ni a él mismo le importa demasiado, pues lo suyo parece más cercano al decidido acto de contemplar con fijeza la nada, de ver la serie de píxeles que conforman imágenes en movimiento y que ya no tienen ningún interés. Pero esa noche fue distinta. Esa noche, Kindred, por supuesto, recibe otro mensaje, pero esta vez más claro. Un nuevo mensaje extraterrestre. Los flashes de imágenes confusas interrumpen en el noticiero entre chasquidos. Ve en su mente lo que le pareció una figura humana y, más tarde, escucha una distorsionada voz que dice “ahora-días-fin-esperando-confirmación”. Pero, a decir verdad, el asunto comenzó desde mucho antes.
Para el momento en que todo inició, el señor Kindred había sufrido un accidente laboral. Él, con el tiempo, decidiría que fue una auténtica fortuna que ese martes, a las 14:07, atravesara la recepción de la empresa a la que iba de lunes a viernes, justo cuando un obrero que hacía reparaciones en el tercer piso dejaba caer un destornillador que terminaría traspasando su cráneo y acomodándose en el interior de su cerebro. El destornillador se abrió paso por el pelo, luego por el cuero cabelludo, para perforar el hueso y finalmente acomodarse en su suave masa encefálica. Se detuvo en la empuñadura. Kindred continuó allí parado, mientras una línea gruesa de sangre se deslizaba recta y escarlata, comenzando en lo más alto de su frente y finalizando en una gota gorda que caía de su nariz. Del resto de ese día no recordaría mucho, pero lo que sí supo es que desde entonces se le revelaría su verdadera misión: salvar el mundo. (…)»
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