por José Ángel Suáñez Santiago, para La biblioteca imaginaria
«(…)Como usando un pantógrafo, siempre esos dos criterios negativos los empleé después, ya mayorcito. La desconfianza es el mejor amigo del escritor, un perro fiel que siempre debe caminar cerca de nosotros, al alcance de la mano. Desconfianza: de nosotros mismos, de los otros y de la época: los tres son criterios lábiles, llenos de flaquezas, caprichosamente cambiantes, y aunque la posmodernidad –a la que ingresé después, como todo el mundo- adore la confianza en casi cualquier cosa (ver sus productos), buscamos siempre la permanencia, lo perenne. Esa fue mi búsqueda y sigue siéndolo, a partir de la que fue mi pregunta siguiente: Entonces, ¿qué es realmente la literatura? No es la libre explosión de los afectos, positivos o negativos, porque los malos escritores escriben también apasionadamente; tampoco la búsqueda del reconocimiento del veleidoso otro, donde además el código de comercio reina y ejerce ampliamente sus fueros. Hacia los 15 años descubrí leyendo los clásicos españoles que existía algo llamado tradición, una historia de eso que yo intentaba descubrir, algo ya descubierto, y luego, bastante luego, que aquello se engullía a todo lo que intentaba primeramente subvertirlo; subversión que, exclusivamente cuando era sincera y valedera, sólo terminaba enriqueciéndolo. Me admiró aquello: ese Quevedo, aquel Góngora, ese otro multifacético Lope de Vega, y por su vía fui a parar a la gran corriente de la tradición literaria occidental. ¡Hombre, aquel océano sí que era grande, y seguía fluyendo desde el comienzo del tiempo humano! Mi mejor conquista, hasta ahora: comprender que en realidad esa tradición es lo único que existe. Cerca de Buenos Aires, donde vivo, hay un gran delta, repleto de islas que durante una década están y luego desaparecen: se las lleva la potencia de un río, el Paraná, que desagua en el más ancho del mundo, el Río de la Plata; éste, como la mayoría de los ríos de la Tierra, desemboca en el océano. Las escrituras comenzaron tempranamente a parecerme similares a esas islas, unas fugaces, otras no: las que tienen arraigo real y sólido permanecen, siguen siendo parte de este gran sistema de tierras y de aguas, parte real y constitutiva, lo amplían y conforman; las que no, son arrastradas hacia la nada. Como las islas permanentes, las obras literarias primero se oponen a la corriente y luego se convierten en parte del paisaje. La posmodernidad creyó cambiar la faz de la Tierra y ya parece que fue apenas otro movimiento sísmico. Busco construir un territorio literario capaz de permanecer y de ser parte alguna vez de ese paisaje de la tradición literaria occidental. Tal vez sea demasiado ambicioso para mis capacidades, pero no se me ocurre otra búsqueda posible.
¿En qué género (separado de los demás por membrana semipermeable) de los que ha desarrollado se siente más cómodo o cuál le atrae más? ¿La poesía, el ensayo, la novela?
Practico todas esas disciplinas literarias, pero sin duda la preferida por mis ideas y mis sensaciones es la poesía, simplemente porque la mayoría de las ideas y las sensaciones que se producen en mí tienen por forma más adecuada de expresión ese género. La tarea literaria es como la sintonía de una radio: hay experiencias sensibles y contenidos que se expresan mejor a través de una frecuencia que por medio de otras y así, cuando surgen en el autor, éste comprende que la forma adecuada para aquello es la de novela, la de cuento, la de ensayo o la poética. Y aunque como dije prefiero por afinidad esta última, debo tomar en cuenta la frecuencia adecuada y aceptar que eso que surge es el embrión de una novela, de un cuento o de un ensayo, según el caso (…)»
La entrevista completa, en este enlace. El link al libro de Luis Benítez, en éste