(…) Hay tecnologías intermedias, como la impresión sobre demanda, que me parecen claves y que todavía les falta difusión, un poco de infraestructura. Con la impresión sobre demanda tenés lo mejor de los dos mundos: se distribuyen digitalmente libros reales. Comprás un libro y el archivo digital viaja hasta la imprenta más cercana a tu casa, ahí se imprime y vos pasás a buscar un ejemplar de papel hecho y derecho, es ideal (de hecho así es como se editó mi última novela y como se puede conseguir). Faltan formar hábitos de los lectores, que tengan la información, que esos libros lleguen a los mecanismos azarosos por los que alguien elige un libro (eso de cruzárselo en una mesa de librería todavía no tiene del todo un equivalente digital, los canales de circulación no están cerrados). Es un futuro del libro que me parece más interesante que el debate de Apple contra Amazon, y las editoriales viendo quién prevalece para ir a arrodillarse ante el ganador.
RJB:— En «Se esconde…» abordaste una época, que pesé a remitirse a tu adolescencia, la pudiste mamar de primera mano. En “Los destierrados”, en cambio, escribís sobre acontecimientos que ocurrieron cuando eras apenas un bebé. ¿Qué tanto se diferenció el método de trabajo entre una y otra? ¿Tuviste mucho trabajo de investigación?
PT:—Fueron dos procesos completamente distintos: Se esconde…fue quizás mucho más instintivo. Donde leí mucho pero relacionado con cosas puntuales de la novela (textos de y sobre fotografía, por ejemplo) o modelos que me interesaba trabajar como textos (crónicas de sociedad de distintas épocas, modelos de sátira, montones de cosas que aparentemente no tenían nada que ver con el libro). El contexto donde ocurría la novela lo tenía mucho más presente, y pisaba sobre seguro al modelarlo. Con Los destierrados fue más largo, porque primero tuve que buscar la historia, los lugares, construirme los acontecimientos en la cabeza, y recién ahí empecé el otro trabajo, de armar algo sobre eso. Hubo más lecturas históricas, visitas a Federación, gente a la que contacté, recorridas por Barracas. Y eso sólo para estar listo para el trabajo literario. Sentí una responsabilidad enorme, también, al hacer una ficción sobre hechos reales que yo sabía que en un momento se iba a ir a una serie de hechos descabellados: tomo gente desplazada de sus casas por la construcción de las autopistas y las hago vivir en túneles debajo de Buenos Aires. Entonces puede venir el tipo que vive a tres cuadras de mi casa en Barracas y enrostrarme que tomé una de las partes más dolorosas de su vida y la usé para limpiarme el traste. La ficción es la ficción. Pero hay un material distinto con el que se trabaja en libros como éste y que hace una diferencia absoluta. Por eso la primera presentación de la novela fue en Federación, donde no me conocía casi nadie y tenía todo por fallar. Donde al principio de la charla me miraron con mucha desconfianza y recelo. Pero que a los pocos minutos vieron el tipo de trabajo, las formas en las que había (y no había) contado sus historias, el respeto infinito que tengo por sus dolores y el compromiso que puse en contar la historia que creía que tenía que contar. Eso no habla bien de la novela, que ellos no habían leído para ese entonces, pero me era imprescindible saber que podía contarles lo que había hecho y mirarlos a los ojos. Bueno, no sólo eso, sino que se emocionaron, recordaron, hicieron una noche mucho más potente que cualquier cosa que yo pueda escribir en mi vida (…)»